Señor, oigo gemir al alma
con ansia de libertad,
pues ya no tiene calma
para echarse a volar.
Ha sentido la llamada
del Cielo del Amor
y contesta arrobada:
“¡Ya voy Señor!”
La calma invade al alma
con esa su pura decisión.
Ya nada la embelesa,
sólo la llamada del amor.
Quiere romper cadenas
que al suelo sujetas están
y le da mucha pena
ver al espíritu dudar.
“¡Espíritu amado
déjate llevar
por ese impulso acrisolado
que del Cielo te puede llegar!
¡Suelta las últimas ataduras
para echarnos a volar
corriendo nuestras singladuras
por el Mar de la Inmensidad!...
Donde todas las almas puras
viajan sin parar
cumpliendo las singladuras
que El Padre les puede mandar!
Seamos cual velero
en ese Mar de la Inmensidad,
ayudando con nuestro esfuerzo
a otras almas encauzar.
Ya no tendremos
más que un rumbo
y una fuerza veraz:
¡La que el cielo nos da!
Seamos como chispitas
confundidas en la inmensidad,
recibiendo la luz bendita
del que nos pudo crear”.