Sentado en la roca de una montaña
un día pude comprender
que mi alma, participaba extasiada,
en el aire que me podía envolver.
Miraba las rocas y las palpaba,
¡Y mi alma lloraba con gran emoción,
porque sentía su fuerza, su energía,
cómo penetraba en mi interior!
Quedé prendado de la hermosura de los pinos
con ese oxígeno que pueden desprender,
y su gallardía ahí, perenne,
con sus brazos alzados dando gracias por doquier.
¡Qué pequeñez sentía mi alma
entre tanta grandeza de mi alrededor,
pero… ¡Qué grande, la calma que me envolvía…
por fuera..., por dentro..,
haciéndome un grito de amor!
¡Qué silencio en las montañas se puede sentir!
¡es como si el alma estuviera palpitando,
diciéndote: “vives gracias a mí”!.
¡Es el Alma Universal
que todo lo puede abarcar,
pues es esencia del Padre
y a todos nos puede el alterar!...
¡Y se derrama en su vida, en su aliento,
en su conocimiento sin fin!…
Y somos nosotros, hombres, pequeños elementos,
los que hemos traído potestad,
para que podamos resurgir a ese conocimiento
que vibra dentro de nuestro existir.
El silencio… me envolvía.
Los pajarillos… podían piar,
¡Y veía volar a las águilas en el cielo
con esa majestuosidad…!
Me quedé perdido.
No sabía dónde podía estar.
Sólo soltó mi alma un gemido
que sólo dijo:
“¡Gracias Padre, por tu amar!”