A lo largo del camino de nuestra vida podemos encontrarnos ante situaciones difíciles que parecen poner en peligro la seguridad que hemos creado a nuestro alrededor. En estas circunstancias, todo aquello que concierne a nuestro mundo interior es puesto a prueba, como un examen en el que es importante verificar si aquello que hemos aprendido es una verdadera conquista del espíritu. En esos momentos siempre se nos impone, o mejor dicho, se nos propone una elección, y cuanto más sentimos que sufre nuestro corazón, más difícil nos resulta elegir.
Cada vez que no logramos comprender y aceptar la inevitable renuncia que requiere cualquier elección, experimentamos un enorme sufrimiento; entonces es cuando nos sentimos solos puesto que tomamos conciencia que, de hecho, nosotros somos los únicos protagonistas de nuestra propia vida, así como del papel que de vez en cuando nos toca interpretar.
Cuántas veces la angustia que nos proporciona ese sentimiento de soledad hace que afloren nuestros miedos por no lograr el éxito, por no hacer lo indicado y… qué fácil nos parece huir involucrándonos en los quehaceres cotidianos que, por unos momentos, nos distraen con su rumor impidiéndonos escuchar aquello que hacemos con nuestro propio tormento, con nuestra ansiedad.
Pero lo que nos proponemos a nosotros mismos es un juego desleal. Dejamos que la mente seduzca al corazón, dejamos que lo habitúe a unas costumbres realmente inútiles, a unas necesidades superfluas, permitimos que lo llene de palabras vacías, de pensamientos retorcidos y de falsos sentimientos y que, finalmente, nos impida escuchar su voz, esa sutil voz que tan sólo podemos escuchar en el silencio y que conoce la respuesta, que puede hablarnos de valor, de la fuerza, de la capacidad de superar las dificultades del desierto, de la posibilidad de enfrentarnos a nosotros mismos, porque este es el viaje que hemos emprendido, y la soledad, que tanto miedo nos da, no es más que un engaño de la mente.
Si vamos paso a paso, nos daremos cuenta de lo fácil que resulta llegar a comprendernos a nosotros mismos, guiándonos con amor e incitándonos a proseguir el camino, sin perdernos nunca de vista, sin olvidarnos jamás de nosotros mismos, y así, cada vez que debamos enfrentarnos a una difícil elección, seremos capaces de actuar uniendo el sentimiento a la razón, y obtendremos como respuesta la tranquilidad de la mente y la paz del corazón.