En los peores momentos de nuestra vida, cuando pensamos que no hay ayuda posible, siempre hay un Ángel que nos da la mano. Nunca estamos abandonados por la mano de Dios.
Ese Ángel del consuelo enviado por el Padre nos hace andar. Aparece esta hermosa energía de luz cuando estamos perdidos dentro de nosotros mismos, cuando el ahogo de nuestro pecho no deja pasar el aire y todo es abatimiento y desaliento, todo es oscuridad; en esos momentos tristes de nuestra vida no vemos la salida, atraviesa nuestro corazón parando todo entendimiento. Pero una mañana nos levantamos mejor, el Sol nos ilumina, es cálido y de pronto todo se ha transformado; parece que, de repente, Dios nos ha tocado. Ha venido a visitarnos un Ángel, Él nos ha traído las ganas de vivir, la suave mano del consuelo. Nos hemos abierto al día y a la noche. Nuestro dolor va desapareciendo. Los miedos salieron de nuestra alma y como un río que empieza a correr, hemos empezado la vida.
El Ángel nos dice que no debemos sentirnos solos. La presencia de Dios está ahí en todo instante. Dios os manda a la Tierra el apoyo de su mano, la sombra de su cuerpo, la vara de luz donde os apoyáis y os da una seguridad grande en el silencio.
No lloréis por vuestra soledad no compartida, ésta no es eterna ni vacía. Los ángeles, compañeros en vuestros días, abrirán momentos infinitos en vuestro corazón, intensamente con su presencia, y esa soledad amiga del silencio quedará lejana, olvidada en vuestra vida porque conoceréis un nuevo sentimiento, el de estar a solas con vuestro espíritu, llenándolo de las cosas olvidadas.