Alba, la Niña Encantadora


Alba era una niña encantadora de carácter siempre alegre, dispuesta a aceptar tanto lo malo como lo bueno. Todo lo encontraba hermoso si hacía Sol. Le parecía maravillosa la lluvia; para ella era fuente de vida. Cuando hacía frío y las gentes se metían en sus casas ella era feliz. Agradecía el techo que le daba cobijo. Las gentes mal intencionadas le llamaban “Alba, la embustera”.

Un día de primavera, Alba descubrió un sendero entre las montañas casi cubierto por las zarzas y se aventuró a seguirlo. Habría dado unos cuantos pasos cuando sintió cantar dulcemente a un hada que bailaba al son de su melodía acompañada por el tintineo de unas campanillas que adornaban su cabecita, formando una hermosa corona.

-¡Hola! –dijo Alba-.

-¡Hola! –contestó el hada- ¿Se puede saber quién eres?

-Me llamo Alba. Estoy muy contenta de haberte conocido. Eres muy bella y simpática y cantas muy bien.

-¿Quieres bailar conmigo?

La niña aceptó y pasó una tarde feliz. Ya de regreso a casa, contó su aventura y nadie quiso creerla.

-¡En la montaña no existe el sendero que describes! –contestó el padre- y la madre decía que su hija tenía exceso de imaginación. Pero Alba volvió al sendero y se reunió de nuevo con su amiga el hada. Había cogido moras de las zarzas que crecían a las orillas del arroyo y se las llevaba como regalo a su amiga. Se puso muy contenta.

-¡Yo también te haré otro regalo!

El hada movió su cabecita y se pusieron en movimiento las campanillas, apareciendo una legión de pajarillos con unos hermosos coloridos. La niña se vio volando entre ellos. Bajó, y cuando contó en su casa el viaje que había hecho, no la creyeron.

-¡Mi hija se está haciendo una embustera!, si vuelves a mentir… ¡Habrá que castigarte!

La niña estaba triste a pesar de su buen carácter. Un día que escuchó el sonido de las campanillas, su corazón se alegró pensando que su amiga estaba cerca. No la veía por ningún sitio y una mancha blanca se posó junto a ella. Era una nubecilla blanca, y oyó una vocecita decir: “Sube Alba”, y la niña no lo pensó dos veces, subió a la nube y el hada le dijo:

-Te voy a llevar a conocer un lago muy hermoso.

La niña confiaba en su amiga y se dejó llevar. Poco después tenía bajo ella el inmenso lago. ¡Todo era maravilloso!, ¡Qué delicioso paseo!

Regresó en dirección a su casa. Como a la niña no le gustaba mentir ni tener secretos con sus padres, aunque sabía que iban a regañarle, les contó la visita del hada y su viaje. Su padre volvió a enfadarse.

-Esta chica describe el lago tal y como es; es como si lo hubiera visto y ella nunca ha salido de aquí. Recuerdo que describió los grandes animales de la selva como si también los hubiera visto –refunfuñó el padre- ¡Alguien le ha contado la historia!

Le prohibieron salir de casa y empezaron los días tristes para la niña. Por un lado, no podía ver a su amiga el hada y por otro, se había extendido por la comarca una gran sequía que abatía las cosechas y los rebaños se morían de sed.

-¡No hay apenas agua!, -decía el padre- Si no llueve pronto, moriremos de sed.

La niña fue a la montaña para ver a su amiga el hada; llorando, le dijo que su padre no le dejaba salir.

-No sufras por ello, nuestra amistad es demasiado firme y no puede destruirla nadie.

La niña contó las calamidades que se habían organizado en la comarca sobre la sequía. El hada contestó:

-¿No recuerdas que soy amiga de las nubes? ¡Las llamaré y algo podrán hacer!

Llegó la nube blanca acompañada de otras más. El hada dijo a la niña: “Vuelve a casa antes de que sea tarde, o llegarás empapada”.

La niña regresó a casa llamando a sus padres y anunciándoles que iba a llover a cántaros.

-¡Estás loca hija! –le dijo el padre- ¿Es que no ves cómo está el cielo de azul?

Unos minutos después su madre que estaba en la ventana, dijo:

-¡Pero si está anocheciendo antes de tiempo!

El padre reconoció que se había nublado. Enseguida se puso a llover. Llovió durante ocho días y ocho noches. Los arroyos se llenaron de agua y los campos calmaron su sed. Balaban las cabras y las ovejas, agradecidas a la lluvia bienhechora.

En casa de Alba dejaron de llamarle embustera. Reconocieron que era encantadora y bondadosa.