Probó de diferentes formas, pero llegó a convencerse de que era imposible quitarle esa mala costumbre. Aun así, no pasaba día sin que regañase a su hijo.
- ¡Deberías observar a tus amigos; ellos tienen las uñas largas y lustrosas, se sienten orgullosos de lucirlas! Tú, en cambio… ¡Oh, qué disgusto me das con tu costumbre!
- ¡No veo nada malo en morderme las uñas mamá! –respondió con gesto travieso-. Y seguía muerde que te muerde.
Llegó la primavera y como siempre, el tigre se fue al bosque para jugar con sus amigos. Esta vez le acompañaban dos de ellos. Corretearon largo rato de acá para allá; de pronto, uno de sus amigos vio que un gato se posaba en las ramas de un árbol. Sin pensarlo dos veces, empezó a trepar por él; el otro amigo siguió veloz como un rayo.
Naturalmente, nuestro tigre intentó imitar a sus compañeros de juegos pero se encontró con que no tenía uñas.
- ¡Oh, no puedo agarrarme al tronco del árbol! ¡Si tuviera uñas como ellos…!
Lleno de vergüenza fue a esconderse detrás de un matorral, mientras sus amigos daban buena cuenta del gato.
El tigre se hizo el firme propósito de no volver a morderse nunca jamás las uñas.
Amiguitos, como ya sabéis… ¡La experiencia es la mejor maestra!