Erase una vez un niño muy bueno que vivía rodeado de amor. Todos en su casa mucho le querían y él a nadie quería disgustar.
Su papá era carpintero y mucho podía trabajar, su mamá tampoco podía descansar, además de las faenas del hogar, velaba por la paz de los que la rodeaban y para que todos tuvieran felicidad.
Este niño, aun a pesar de su corta edad, sentía en su corazón una gran responsabilidad, por eso, siempre antes de las comidas se retiraba a orar. Tenía un huerto su casa y en él un rinconcito encontró donde tranquilo y a gusto podía estar. Allí su mente volaba y mucho tiempo podía pasar pensando en Dios y pidiendo por los demás. Por los niños como él pedía, para que fueran hombres de paz.
Tan a gusto se encontraba en aquel rinconcito que el tiempo no podía notar y esto hizo que alguna vez su mamá se pudiera enfadar, pues cuando llegaba la hora de la comida, se había podido enfriar:
.- Hijo mío, ¿no te das cuenta que si no comes puedes enfermar?, la comida en la mesa mucho tiempo hace que te está esperando y tú, si no haces nada por comer, te vas a debilitar.
- No te enfades mamita, es que yo me sentía alimentado. Mi espíritu alimento podía recibir; a mi cuerpo no le podía sentir, pero escuché el cantar de un pajarillo que fue el que me pudo avisar de que me estabas esperando y eché a correr hacia aquí. Pero no te preocupes mamá, que no volverá a ocurrir.
El niño pensó mucho en cómo solucionar este problema y tras mucho darle vueltas, algo se le ocurrió:
- ¡Ya lo tengo! -pensó- en aquel rinconcito donde me encuentro tan bien, hay un árbol. De unas ramas colgaré una campana y esta campana tendrá una cuerda tan larga que llegue hasta la cocina de mamá. Así cuando esté la comida, ella tirará de la cuerda, yo oiré la campana e iré corriendo y así todos podremos estar contentos.
Cuando le contó a su madre este proyecto, ésta sonrió y le dijo:
.- Hijo, has encontrado la solución. Cuando se persigue un fin bueno, los obstáculos que se encuentran alrededor pueden salvarse con la ayuda de Dios. No pienses nunca que me enfado contigo, si lo hago es por tu bien y es por amor. Te quiero mucho hijo.
- Yo también te quiero a ti mamá.
Y así, este niño podía seguir en su rinconcito y en su casa todos felices podían estar.