El Ángel y el Niño


Esta es la historia de un angelito que vivía en el cielo. Siempre estaba alegre y esta alegría con otros angelitos la compartía.

¡Qué contentos todos los angelitos estaban!, siempre alabando a Dios y pensando cómo poderle agradar.

Por las mañanas al Sol saludaban y con las nubes jugaban; por las noches a las estrellas se acercaban y algunas veces en los sueños de los niños se encontraban.

Cuando en la Tierra veían a los niños jugar, ellos de sus juegos también participaban. ¡Qué bien lo pasaban y cuánto querían a los niños!

Había ocasiones en las que volaban y volaban. En sus vuelos atravesaban los campos sembrados que sus bendiciones podían recibir. También volaban por encima de los mares con sus peces de colores y con las olas se columpiaban.

Un día amaneció y este angelito al Sol saludaba cuando vio que del cielo, un mensaje recibía. Qué dichoso estaba el angelito, pues en ese mensaje una misión se le daba, esta misión era la de cuidar a un niño recién nacido en la Tierra:

.- ¡Qué alegría! -decía- yo cuidaré de él noche y día. En sus juegos velaré para que no se pueda caer; en las horas de sueño a los pies de su cama estaré; cuando coma, de rodillas me pondré para dar gracias a Dios que esos alimentos le puede ofrecer.

El niño crecía y crecía gracias a los cuidados de sus papás y a los de este angelito que tanto le vigilaba.

Era muy juguetón este niño y mucho correteaba. El ángel con él estaba para, muchas veces, evitar que tropezara. Muchas veces le hablaba al oído y aunque el niño no le oía, en esos momentos un presentimiento tenía, e incluso llegó a pensar que tenía un amigo invisible.

Cuando a sus amigos se lo contaba, estos no le hacían caso y pensaban si sería una broma más, pues muchas bromas les solía gastar, pero el niño, cada vez más a su ángel presentía. Cuando estaba contento sabía que su ángel también reía; si alguna vez estaba triste, enseguida se le pasaba pues sentía cómo su ángel le consolaba.

Era bueno este niño, pero algo travieso y sobre todo, juguetón. De todo un juego hacía. Tanto pensaba en jugar que incluso en las comidas quería hacerlo, provocando así los enfados de sus papás.

Llegó un momento en el que el niño contaba para todo con su ángel y este estaba contento de que así fuera. Tanto se compenetró con él, que sabía en cada momento cuándo hacía algo bueno y cuándo hacía algo malo, pues sentía si su ángel se reía o entristecía.

Pero, de algo se dio cuenta el niño un día:

¿Qué pasaba cada vez que comía?, pues intentaba hablar con su ángel y este parecía que no le escuchaba.

- Parece como si me abandonara -pensaba-.

En su mente esta pregunta estuvo todo el día hasta que el angelito al oído pudo contestarle:

.- Cuando tú comes, yo de rodillas estoy -le dijo- dando gracias al Padre por los alimentos que comes. Me entristezco si veo que con la comida juegas, pues piensa que hay muchos niños que no comen y lo que tú tienes en la mesa es un regalo que Dios te da y por ello hay que darle gracias. De rodillas estoy hasta que tú terminas de comer.

Esta respuesta el niño no esperaba y pensó en los malos ratos que le habría hecho pasar a su ángel. En este día, recibió una gran lección y desde entonces, cada vez que come, primero da gracias a Dios, después, piensa en su angelito.

¡Qué buenos amigos han llegado a ser!. El ángel y el niño siempre juntos están e incluso, alguna vez, en sueños han salido a volar.