Una avecilla quiso ganarse el afecto del ermitaño, pero… ¿Qué servicios podía ofrecer una pobre avecilla?
Después de mucho pensar, se dijo: “Le avisaré cuando haga mal tiempo, así, cuando amanezca tormenta, no le pillará desprevenido”.
Pero se puso a llover tan deprisa que la avecilla no tuvo tiempo de cantar y además el ermitaño se había apresurado a cerrar las ventanas para que no entrara el
agua.
- “Está visto que no puedo realizar mis buenos deseos, - decía la avecilla - tendré que buscar otra oportunidad. ¡Ya está! Las campanas que repican a gloria y dan las señales para que el ermitaño sepa las horas… con mi canto le indicaré los toques de la campana”.
Pero tampoco acertó en esta ocasión, pues el ermitaño oía las campanas y no se daba cuenta del canto de la avecilla. Ignoraba su existencia.
A pesar de su segundo fracaso, la avecilla no se rindió, como ahora veremos.
Al principio, el ermitaño no comprendía nada, pero algún tiempo después la avecilla le oyó hablar con el hombre que le llevaba las provisiones. Decía:
- Esta avecilla que canta ahora es mi predilecta; cuando sube alguien, parece como si quisiera vigilarme. Nunca me abandona.
La avecilla se sintió muy triste. Aunque agradecía la bondad del ermitaño, no dejaba de comprender que continuaba sin serle útil para nada.
Un día experimentó una gran alegría. Había llegado el invierno y el ermitaño recibió la visita del hombre que le llevaba las provisiones.
- ¿Cómo está su pajarillo? -le preguntó éste- ¿Ha podido sobrevivir las heladas del mes de febrero?
- Sí, ¡Gracias a Dios!, ¡Por cierto…ya comprendo el significado de sus trinos! Cuando algún visitante sube por la vereda, canta para anunciarme su presencia.
Pasó el invierno y llegó la hermosa primavera con su manto multicolor. La avecilla era feliz porque el ermitaño le llegó a comprender.
Un día el hombre que llevaba las provisiones preguntó al ermitaño:
- La avecilla que canta en el árbol, ¿Es siempre la misma?
- ¡Vaya si lo es!... ¡Con la particularidad de que su afecto por mí, corre parejo con su inteligencia! Antes de que lleguéis con vuestra cesta, ¡Ya sé por ella que estáis en camino!, y de igual manera conozco si el que sube es un forastero. Si es un forastero, entonces se posa en mi ventana y no deja de trinar.
¡Por fin había logrado su gran deseo de ser útil al ermitaño!