Érase una vez una ovejita muy buena que tenía un color distinto al de sus hermanas del rebaño. Era gris perla. Por esta causa, ellas la despreciaban y le hacían toda clase de faenas. Acostumbraban a darle mordiscos, patadas y … siempre procuraban ponerla en el último lugar del rebaño. Cuando entraban en un prado a pastar, el rebaño entero intentaba que la ovejita gris no llegase a disfrutar de la más pequeña brizna de hierba. ¡Era la suya una existencia terrible!
Cansada ya de tantos desprecios, la ovejita gris se apartó del rebaño. Anduvo mucho tiempo por el bosque. Al llegar la noche se recostó sin saberlo sobre un costal de harina, por lo cual, al llegar el nuevo día, se había convertido en una oveja de color blanco inmaculado. Sorprendida de sí misma, volvió a su rebaño y sus compañeras le recibieron, dada su bella apariencia.
Por aquel entonces, se anunció en la comarca la visita del príncipe de los corderos, que venía en busca de esposa. Fue recibido en el rebaño con grandes honores.
Mientras el príncipe observaba a las ovejas, estalló una gran tormenta. La lluvia disolvió la capa de harina que cubría a nuestra ovejita y ésta recobró su color gris. El príncipe, encantado, la tomó por esposa.
Todas preguntaron cuál era la causa de su elección; éste respondió:
- ¡Es distinta a las demás!, con eso me basta.
Por fin el destino fue justo con nuestra ovejita. ¡Se lo merecía! ¿Verdad amigos?, ¡Era tan buena…!