En una pequeña aldea, cerca de la escuela, había un jardín sembrado únicamente de cardos.
- ¡Qué feo es este jardín! -comentaban los niños- si al menos no pincharan los cardos, podríamos jugar con todos ellos.
Un anciano que siempre estaba en los alrededores de aquel jardín y tantas cosas sabía, escuchaba siempre a los niños, y sentándose sobre un banquillo les explico a estos:
-Ese jardín, en otros tiempos fue maravilloso; pertenecía a un conde y dicen que en él crecían las más hermosas flores, pero su hijo fue cruel con todas ellas y gozaba arrancándolas y destruyéndolas, y al lanzar un fuerte golpe contra ellas las destruyó… y se convirtieron en cardos. Y los cardos con sus pinchos, fueron creciendo hasta hoy.
Una niña que permanecía callada y pensativa, al final comentó:
-Si las flores se convirtieron en cardos porque eran maltratadas y no eran queridas, quizás si los cardos fueran tratados con cariño y amor… ¡se convertirían en flores!
Todos los niños de la escuela aceptaron la sugerencia y a partir de ese día, el jardín de cardos fue regado y cuidado con mucho cariño.
Un día de primavera, todos quedaron sorprendidos, porque el jardín se había convertido en una gran belleza de colorido y aromas. ¡Qué bellas eran todas las flores…! Rosas, lirios, tulipanes, gardenias… ¡Todas se agitaban alegres como agradeciendo el trato que habían recibido!
¡Todos los niños gritaban alegres porque el feo jardín de los cardos se había transformado en un florido y fragante jardín!
Amigos, como veis… ¡El amor y la humildad todo lo pueden!
¡Lo feo, lo vuelven bonito!