Los primeros días de otoño habían llegado y las golondrinas empezaron a tiritar de frío bajo sus plumas. La reina las convocó:
- Amigas mías, mañana temprano nos juntaremos todas en el bosque y emprenderemos el viaje hacia África. No podemos retrasarnos ni un día más y os advierto que quien se atrase deberá sufrir las consecuencias.
- Yo… -contestó tímidamente una dulce golondrina-, preferiría esperar un par de días más. Tengo un amigo muy enfermo y no puede volar, y sólo me tiene a mí.
- Lo siento -le contestó la reina-, no hay demora; tienes dos opciones: o te unes a nosotras… o morirás de frío.
La golondrina, leal y bondadosa, se quedó; era incapaz de abandonar a su amigo enfermo.
Dos días después su amigo enfermo murió… pero había gozado de su buena compañía. Sin embargo, para ella la suerte estaba echada, pues sola no podía emprender el viaje.
Unos días después, un chicuelo que iba a la escuela se la encontró medio muerta de frío junto a una tapia. Se la llevó a casa y le dio calor y comida, y la golondrina se rehízo.
Cuál no sería la sorpresa de sus compañeras, cuando al regresar de África en la primavera siguiente, la noble golondrina salió a recibirlas alegremente.
¿Veis amigos, como las aves también reciben su recompensa?