Elisa y Bernardo eran un matrimonio granjero que no tenía hijos. Decidieron ir a un orfanato y adoptar uno.
- Quiero una niña -dijo Elisa-.
Bernardo sonrió, quedando conforme con la idea de su mujer. Nada más entrar en el orfanato, Elisa descubrió a la niña con la que había soñado. Parecía una auténtica muñeca. La cogió en sus brazos sintiéndose feliz.
Un niño cojito y más bien feo, se quedó mirando con tristeza y esperanza al matrimonio, pero pronto la tristeza se extendió por todo su ser.
- Todos se llevan a las niñas -decía el pobre niño-.
El granjero, dio con el codo a su mujer.
- Mira, mira ese pobre pequeño.
- ¡Es cojo! -dijo la mujer por lo bajo-.
- Por eso precisamente nos necesita más -dijo el marido-.
Elisa, con un suspiro de humildad y pena, dejó a la niña y se volvió hacia el cojito.
- ¿Cómo te llamas?
- Juan.
- ¿Te gustaría vivir con nosotros?
Desconfiado y con la voz temblorosa, el pequeño respondió:
- ¿Y la niña?
- La niña encontrará otros papas -dijo Elisa-.
Los tres iban de la mano al salir del orfanato. Juan, en medio y tan feliz de que le hubieran elegido.
Pasados unos días, Elisa ya no recordaba a la niña; su pequeño Juan, aunque era cojo, era bueno e inteligente; les miraba con mucho amor a Bernardo y a Elisa.
A pesar de su cojera, se encargaba de muchos trabajos y apoyándose en muletas, podía ir y venir a la escuela.
- Es un gran muchacho -repetía varias veces Bernardo-, y estoy contento con la elección.
- Yo también -contestaba Elisa-, la niña seguro que encontrará otros papás.
La vida en la granja les era más hermosa y alegre. Los tres se dedicaban cada uno a sus trabajos, cantando y riendo con alegría. Los tres se querían como una familia ejemplar.
Al poco tiempo, murió el guardabosques. Era viudo y dejaba cinco hijos. En el pueblo no sabían qué hacer con los niños. Bernardo y Elisa perdieron la alegría; a pocos pasos de ellos, cinco criaturas estaban necesitando cuidados y amor. Elisa y Bernardo hablaron con Juan:
- ¿Te importaría que los hijos del guardabosques vinieran a vivir con nosotros hasta que se encuentre un lugar para ellos?
- ¡Claro que no!, ayudaré a papá en la granja y a ti en la casa mamá.
¡Qué gran corazón tenía Juan! Instalaron a los niños lo mejor posible, aunque la vida para ellos no era fácil; mucho trabajo y algunas privaciones.
Juan estaba emocionado, ¡Contagiado de la bondad de sus progenitores! Era el hombrecito de la casa y cumplía sus tareas con dichosa satisfacción. Pasaron unos meses y de mutuo acuerdo, los granjeros y Juan decidieron que los niños del guardabosques se quedasen para siempre con ellos.
- No podría separarme de mis hermanos -dijo el cojito-.
Se habían convertido en una familia ejemplar.
Aquella primavera fue desastrosa para los granjeros. Las inundaciones arrasaron la cosecha y arrastraron parte del ganado.
- ¡Nos arreglaremos! -decía animosamente Juan-, volveremos a plantar y poco a poco repondremos el ganado.
- ¡Pues claro que sí! -se apresuró a decir Elisa-.
Bernardo, admirado del comportamiento de su familia, estaba dispuesto a trabajar por tres.
Una tarde, un viajero llamó a la puerta solicitando posada por una noche; su coche había tenido una avería.
Le recibieron con mucho cariño, compartieron la cena y después el viajero en silencio, observó cómo el matrimonio ayudaba a los niños en los deberes y qué alegría sentían todos, a pesar de su modo de vida.
A la mañana siguiente, dijo el viajero al matrimonio:
- Les felicito a los dos; parecen muy felices y dichosos, a pesar de la forma en que viven.
Ellos aseguraron que en efecto, lo eran.
El viajero, antes de despedirse, dijo al matrimonio:
- Soy un médico famoso; he recorrido las mejores universidades del mundo, pero la más hermosa lección la he recibido en esta granja. Amigos míos, siento que su bondad es contagiosa y les aseguro que de hoy en adelante, trataré de imitarles. Para empezar, podrían dejarme a Juan por una temporada; creo que podré hacer mucho por él para aliviarle el defecto de su pierna y pueda dejar las muletas para siempre. Andará como otro chicuelo del pueblo.
La bondad, no es sólo contagiosa, sino que tarde o temprano, recibe su premio.